18 de noviembre de 2012

Amanecer de un domingo cualquiera


Domingo. 13:30h.
Sigues tumbada en cama, por encima de las sábanas. La ropa de la noche anterior, la chaqueta que él te dejó. Te pitan los oídos. Apestas a alcohol. Desearías despertarte a su lado. Pero no, estás aquí, y el último recuerdo que tienes de él es el chupito al que te invitó. ¿Qué pasó después? Te da vueltas la cabeza. Tremenda resaca, o remordimientos le llaman algunos. Ni siquiera sabes quién te trajo a casa. Vibra el móvil dentro del bolso. Por suerte no lo perdiste. 27 llamadas perdidas. Al parecer ni tus amigas saben dónde pasaste la noche. Quieres seguir durmiendo pero no puedes. Te levantas y te miras en el espejo. Dios, ¿qué es esto? El rimmel está en todos lados menos en tus pestañas. Sales a tomar el aire al balcón. Te molesta la luz del sol. Vuelves a sentarte en la cama. Está sin deshacer, al menos nadie se ha metido en ella. Miras la habitación. Tenía razón tu madre cuando te gritaba por ser tan desordenada. Los vestidos que probaste ayer siguen tirados en el suelo, y esta vez parece que nadie los va a recoger. Coges la cartera en el bolso, gastaste el dinero del mes. Espera, hay algo más. En el sitio dónde irían los billetes, en caso de haberlos, hay un papel. Pequeño, arrugado. En él, un número de teléfono. Sabes que es el suyo, estás segura. Él te dirá todo lo que quieras saber. Pero no tienes el valor para llamar y, probablemente, no volverás a verle nunca.