14 de diciembre de 2012

Piano Bill


Era un hombre delgado, de estatura normal tirando a alto. Era rubio, aunque tenía la cabeza casi rapada. Tenía el cuerpo lleno de tatuajes, algunos que probablemente nunca enseñó a nadie. Se solía tatuar lo primero que se le venía a la cabeza. A veces simplemente frases que le gustaban, siempre en negrita cursiva. En el fondo de sus espalda, por ejemplo, se podía leer "Sing us a song, you're the piano man". A saber a quién se lo había escuchado, si es que no se la inventó él mismo. Lo cierto es que eran frases profundas, de esas que te hacen reflexionar y que te gusta decir. De su oreja izquierda colgaban más de seis aros y en la derecha llevaba un bonito pendiente de coco.
Además de todo esto, también era pianista. Actuaba por los alrededores de Nueva York, donde era conocido como Bill, o más bien, como Piano Bill. Sí, era así como todos le llamaban, y la verdad es que no le disgustaba.
Piano Bill se dedica a recorrer cafés de lujo en las grandes ciudades, y pequeñas tabernas en las villas más alejadas. Esté donde esté  Piano Bill triunfa. Como jóvenes esperando a su cantante de rock favorito, la gente acude ansiosa a sus conciertos.

Sábado, 22.30h. The River Café
Parejas casadas que todavía salen por las noches, viejos amigos, compañeros de oficina. Toman sus copas en el River Café. Se cuentan historias de la niñez, a veces repetidas, pero que igualmente hacen reír a unos y aburrirse a otros. Piano Bill sube al escenario. Viste un bonito smoking negro. ¡Qué elegante! La gente eleva la vista cuando lo ve salir, aplaude y, entusiasmada, se acomoda en sus butacas esperando escucharle. El piano de cola del café parece existir solo para él. De pronto empieza a sonar y, de verdad, es fabuloso. Resulta imposible transmitir con palabras lo que Piano Bill transmite con música. Su dulce piano, su vida entera en pentagramas. Es perfecto.
Pero lo que realmente espera la gente, es escucharle improvisar. Creo que llega a transmitir exactamente lo que siente. Y se emociona. Sí, cuando improvisa, se emociona. Nadie se atrevió nunca a preguntarle por qué, pero pocos son los conciertos en los ojos de Piano Bill no sienten también el dulce sonido de su música. Y entonces, la gente empieza a aplaudir. Alguno que otro también emocionado, llora. Cuando Piano Bill consigue eso, concluye su actuación.