Iremos a visitar el Anillo de Oro en Rusia cubiertos de mil capas de lana para protegernos del frío; descansaremos a la sobra gigantesca del Cristo que domina Río,
pararemos en silencio frente al Taj Mahal en India, un edificio extraordinariamente blanco apoyado sobre arena roja, que un rey hizo construir por amor a su esposa;
bucearemos en las aguas de la barrera coralina después de pasar por el Teatro de la Ópera de Sídney; participaremos en la ceremonia del té en un rincón inolvidable de Tokio.
Aún nos queda por navegar el Danubio y contemplar un géiser islandés; comer un cannolo siciliano a la orilla del mar;
tomar una foto en blanco y negro en el Sena;
pasear mirando a todos los artistas de las Ramblas; robar polvo de la Acrópolis; comprar ropa en la Gran Manzana y ponérnosla en seguida en el Central Park;
pasear en bicicleta entre los canales de Ámsterdam, procurando mantenernos el equilibrio para no caer al agua;
tirar al menos una piedra de Stonehenge; dar un par de saltos por el borde de un fiordo noruego con el riesgo de desempeñarnos
y tumbarnos en un inmenso prado irlandés pensando que en el mundo solo existen dos colores: azul y verde…
Blanca como la nieve, roja como la sangre.
Alessandro D’Avenia.