3 de agosto de 2011

Té rojo casi frío.

-¿Estás tomado?
-Ahogado.


Subes sin timbrar. Abro la puerta al oírte llegar. Estas empapado. Huelo tu aliento a ron desde el pasillo. Apenas te mantienes de pie. Te tambaleas contra la pared. Estás callado mientras voy a la cocina. Preparo té rojo para los dos. Vuelvo. Estás sentado sentado en el viejo sofá. Tienes la mirada perdida. Leo palabras sueltas en tus ojos de desesperación. Me gustaría saber como fuiste capaz de llegar hasta aquí. Entonces me acerco a ti. Te sirvo el té en la taza verde en la que tantas mañanas viniste a desayunar. Te acaricio una mano. La noto fría. Te vuelves y me miras a los ojos. Están empapados en lágrimas. No se que decir. Aprieto con fuerza tu mano. Entonces, dejas caer tu cabeza sobre mi hombro. Frágil. Respiras.

-Gracias.

Me gustaría decirte que estoy aquí para lo que necesites. Que siempre me tendrás a tu lado. Mientras busco las palabras adecuadas suena el teléfono. Pasan dos minutos. Sigue sonando. No te dejaré solo. Llega un mensaje al contestador.

Bebes el té ya casi frío. Te sirvo más. Pareces cobrar fuerzas. Lloras en silencio. Te das cuenta de que yo también lo voy a hacer. Sonríes. Me parece la más sonrisa ebria más sincera que jamás he visto. Me encojo de hombros y nos abrazamos. Fuerte. Olvidamos que hora es. Enciendo la radio. Un piano canta. Nuvole Bianche. La reconoces. Te hechas a reír. Entonces me pides más té. Tranquila abandono el salón para prepararlo. Cuando regreso el sofá está vacío. La radio y yo. Pausadas. Débiles. Cuidadosas. La luz roja del teléfono parpadea. Llega otro mensaje al contestador. "Cariño, no voy para cenar. Llego tarde". "Otra vez más, gracias. No estaría vivo ahora mismo de no ser por ti. Tienes un corazón enorme. Gracias, gracias, y mil veces gracias".

Me quedo dormida en el sofá. Ludovico Eunaudi sigue tocando. Poniendo banda sonora a mis sueños. Gris.

Ludovico Einaudi – Einaudi: Nuvole Bianche